La estrella gigante - Pilar Corcos
El barrio nuevo donde ahora vivo es espeluznante y casi fantasmal. No pasa ni un alma. Sólo se ve al diariero y al verdulero hablando sobre el partido de futbol que se jugó el día anterior. Con suerte pasa algún colectivo y los que pasan creo que son los peores que pueden existir (el 67, 160, 176). Pero creo que lo que hace aterrador a este barrio son sus trenes, o mejor dicho, su falta de trenes. Tiene una sola estación que no funciona y que está llena de vagones abandonados. Siempre cuando vuelvo del trabajo paso por ahí y cada vez que llego a un vagón en particular, corro. Constantemente se escuchan ruidos como de golpes. Nunca escuché nada más horrible.
Son las nueve de la noche y ya estoy volviendo para casa. Al llegar a la estación de tren hago lo de siempre: me paro en seco, tomo aire y acelero el paso. Corro aún más rápido cuando llego a la parte que menos me agrada. Mientras recorro el camino hasta mi casa pienso en todas las cosas que tengo que hacer. Cosas que tengo que hacer antes de que me ocurra algo en este lugar endemoniado. Tengo que corregir los trabajos de mis alumnos, tengo que darle de comer al gato que aparece por mi casa (y que siempre se va), tengo que llamar a mi mamá. Y en mis planes no está morir asesinado. Corro más rápido con el pánico de siempre en mi sangre.
-¿Por qué siempre corre?- me pregunta una voz que viene del vagón que más le temo. Una voz femenina. Dejo de correr y me vuelvo. Una niña de unos trece años me habló.
-¿Por qué tú no? Constantemente se escuchan ruidos horribles.
-Sí, creo que fui yo. Siempre vengo acá. Es donde mejor se ven.
-Mejor se ve... ¿qué?
-Las estrellas. Esa en particular- dice señalando un lugar en el cielo a la izquierda donde se encuentra una estrella gigante, hermosa y luminosa.
-Es muy linda- digo medio incómodo.
-Me recuerda a mi- dice mirándome desde el vagón-. Solitaria.
Cuando me digno a responderle algo, ella se levanta y se va. Desde ese día no la volví a ver y cada vez que paso por ahí, me paro a ver la estrella. Y más lo veo, más pienso que, sí, me hace sentir solitario. No sé, pero después de esa "charla" no quise sentirme más así. Como ella, como la estrella, como este barrio. Solitario.
Son las nueve de la noche y ya estoy volviendo para casa. Al llegar a la estación de tren hago lo de siempre: me paro en seco, tomo aire y acelero el paso. Corro aún más rápido cuando llego a la parte que menos me agrada. Mientras recorro el camino hasta mi casa pienso en todas las cosas que tengo que hacer. Cosas que tengo que hacer antes de que me ocurra algo en este lugar endemoniado. Tengo que corregir los trabajos de mis alumnos, tengo que darle de comer al gato que aparece por mi casa (y que siempre se va), tengo que llamar a mi mamá. Y en mis planes no está morir asesinado. Corro más rápido con el pánico de siempre en mi sangre.
-¿Por qué siempre corre?- me pregunta una voz que viene del vagón que más le temo. Una voz femenina. Dejo de correr y me vuelvo. Una niña de unos trece años me habló.
-¿Por qué tú no? Constantemente se escuchan ruidos horribles.
-Sí, creo que fui yo. Siempre vengo acá. Es donde mejor se ven.
-Mejor se ve... ¿qué?
-Las estrellas. Esa en particular- dice señalando un lugar en el cielo a la izquierda donde se encuentra una estrella gigante, hermosa y luminosa.
-Es muy linda- digo medio incómodo.
-Me recuerda a mi- dice mirándome desde el vagón-. Solitaria.
Cuando me digno a responderle algo, ella se levanta y se va. Desde ese día no la volví a ver y cada vez que paso por ahí, me paro a ver la estrella. Y más lo veo, más pienso que, sí, me hace sentir solitario. No sé, pero después de esa "charla" no quise sentirme más así. Como ella, como la estrella, como este barrio. Solitario.
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