"última agonía" Candela Liggera Camino


  Era una noche agridulce. La que se levantó con el mensaje. Sabía lo que debía hacer. Por fin, se quitaría esa enorme carga de sus frágiles hombros. Ya no era la joven cautivadora que en un pasado había llamado la atención de muchos. Hoy ya no podía con el trabajo, solo esperaba, pacientemente, por el desenlace.
  Casi era la hora. Intentó erguir su encorvada postura y lentamente, segura, comenzó a avanzar. Ya no flotaba como antes. El pasado pesa, dicen. La dama de cabellos y profundos ojos negros caminaba, un paso adelante del otro. Con los susurros de quienes ya no están subiendo por su columna. Atrayéndola al suelo, donde todo lo que alguna vez conoció reposaba pacíficamente.
  Era un sendero oscuro el que recorría. No podría haberlo visto de no ser por esa pequeña flama que derretía de a poco la única vela que iluminaba la esquina.
  Y con ese pequeño destello de luz, miró sus manos, menos arrugadas que de costumbre. El fuego comenzó a sofocarla. Y a su alrededor la gente que en el pasado había habitado la zona, se convertía en cenizas. En el cielo debería de haberse visto el ocaso, pero esa tarde, lo único que se veía era humo. A la lluvia se la esperaba hace mucho. Su ausencia desencadenó esas brasas naranjas en aquellos pastizales que ya tanto habían pasado con las catástrofes artificiales.
  Cuando sus ojos volvieron a concentrarse, notó al final del sendero un hombre, el último. Viviendo. De lo sintético, pues ya nada que valiera la pena quedaba. Ella se acercaba, cada vez más. En dirección a ese muchacho que se afligía por las puntadas que sentía en el pecho. 
  Al girar en la esquina, contempló la masacre. Se encontraba nuevamente en aquel centro lleno de terror, donde muy pocos controlaban a muchos. La joven de ojos color eclipse desconocía, que ese mediodía sería el momento en que comenzaría a cuestionar la complejidad de su deber. ¿Desaparecer las amenazas? La bella chica vestida en finas telas oscuras que favorecían su esbelta figura compadeció la llegada innecesaria de nuevas caras para su colección. No solo destruyen lo ajeno, pensó, sino que ahora comenzarán a hacerlo entre ellos.
  Al llegar al final del recorrido apoyó la cabeza contra la entrada, respiró profundamente porque sabía que del otro lado de la puerta estaba él, caído de rodillas. Que con una mano tocaba el suelo y con la otra se estrujaba la ropa justo sobre el corazón. Tosía, se oía una ronquedad alarmante. Logró alzar la cabeza en el momento indicado para ver girar el picaporte, entre borrones y mareos.
  La puerta ahora abierta, enmarcaba un cuadro escalofriantemente extraordinario. La anciana desvió sus ojos del joven en agonía. Al mirar para abajo vió sus suaves pies, que todavía no habían atravesado el zócalo de la puerta, tocar el pasto. Tenía puestos sus viejos zapatos blancos. Estos, trotando la llevaron a ver el paisaje en el cual aquella mañana, por primera vez, sus inocentes manos de niña soñadora acompañaron la transición, de la primera flor que jamás arrancó, a un seco y marchitado historial.
  Mientras sus arrugas regresan, sus pies comienzan a pintarse de un rojo intenso y se encuentra parada al lado del hombre que deja salir sus últimos respiros. Con cuidado se agacha y acaricia con sus extenuadas manos aquellas pálidas mejillas.
  Se vuelve hacia el sendero con nostalgia. Las personas pasan una vida intentando florecer para que te adornen de flores cuando dejas de vivirla.
  Nuevamente observó a su víctima con un corazón que ya no palpitaba. La carga que la arrastra hacia abajo suma un último nombre. Se vuelve insoportable. Cada vida que ha finalizado se encuentra atada al acabado de su longevo vestido. Sin resistirse, poco a poco se desvanece. Pero a diferencia de su vieja amiga, se va en soledad.
  Siempre es el otro el que muere. Y ella ha escoltado a todos y cada uno de ellos. Ahora que ha llegado su momento no existe la vida para acompañarla. Nadie le regalara flores arrancadas.
  Y así queda la habitación, vacía. Y en la esquina, la noche permite ver un nuevo amanecer asomándose, dejando solo esa esfera de calor que arde al rojo vivo.

Comentarios

  1. Es evidente el trabajo hecho para involucrar al lector de manera activa, pero hay pasajes que resultan confusos por los sobreentendidos y por el uso de la puntuación.
    Bien construido el verosímil, el extrañamiento y los artificios. Las rupturas del tiempo lineal no se diferencian nítidamente del tiempo base; quizás habría que modificar el tiempo verbal para que la distinción no obligue a relectura para entender.
    Rever puntuación y construcción de oraciones y párrafos, gerundios y ortografía (tildes).
    Nota: 8 –

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