"La nueva grieta" Pilar Corcos e Ignacio Goloboff
En la iglesia "Santa Cecilia" en tiempos de invierno se asemeja a un verdadero corral de animales, tales que se hunden al encuentro de la misa y quedan como pegados y casi sin movimiento. Los hombres y mujeres charlan como si fuera un griterio hasta que se sienta el pastor de la iglesia, personaje importante, representante de ese pueblo y que ejerce la suma del poder en aquella pequeña comunidad por delegación del obispo. Al hablar todo calla, es una figura muy respetada entre los creyentes, no se animaría ninguno ni siquiera a respirar muy fuerte cuando este tiene la palabra.
-Estamos reunidos por esta terrible situación que está ocurriendo en nuestro amado país. Estamos reunidos para alzar nuestra voz, para alzar la voz de los verdaderos seguidores de Dios. Estamos aquí para luchar contra los bárbaros que quieren aceptar la muerte, que quieren impugnar la verdad. Estamos aquí para luchar, luchar por el nacionalismo perdido de esta generación. Este país no se arrodillará frente a nadie. Nosotros, ni la verdad.
Luego de estas palabras todos los hombres y las mujeres salieron tal jauría de perros, con sus carteles «Viva la Vida» «No al aborto, no a la muerte» «No es tu cuerpo, es tu hijo», algunos tenían el nombre de sus pastores y de sus iglesias, como si fueran su preciado Dios. La movilización celeste fue grande y llamó la atención de muchos.
Se entendía facilmente que el lugar donde se hallaban era un espacio público ya que podía encontrarse cualquier tipo de personas. Siempre cerca había un conjunto de personas que se paraba a ver que es lo que estaba pasando, charlaba, discutía, y criticaba. Eran personas intermedias, no estaban ni a favor ni en contra, decían que las mujeres tenían derecho y el niño también, el típico voto en blanco.
El conjunto de personas que marchaba más adelante, los que más gritaban, los que más carteles tenían, eran a los que la chica con un pañuelo diferente debía temer. Una de las mujeres más participativa y más conocida de la Iglesia Santa Cecilia, divisó el color de la tela que estaba atado a su mochila y con un grito llamó a varias de su compañeras de iglesia.
-¡Ahí viene una asesina!
-Asquerosa abortera
-Es una mamarracho, desubicada.
-¿A que no te le animas, Mariana?
-¿A que no?
-A que sí.
No solo Mariana, si no todas las mujeres de la iglesia, eran violentas. En la forma de hablarse, en la de tratarse entre ellas y los demás, pero nunca había llegado al punto de la violencia física.
En un abrir y cerrar de ojos Mariana estaba junto a la chica, jóven de veinte años alrededor, y comenzó agredirla primero verbalmente. Le gritaba cosas como «Asesina» «Mata niños» «Feminista asquerosa». La jóven trataba de calmarla temerosamente.
-Vos estás en una marcha en contra de mis derechos y de mis ideales, no entiendo porqué vos te enojas. Y de igual manera, no tenés porqué venir a agredirme. Te pido que vuelvas a dónde estabas y no me agredas más, ni a ninguna chica, si es que algo de educación te queda.
Ese discurso no calmó para nada a Mariana, mas bien la enfureció todavía más. Y la arrastró de los pelos hacia un lugar alejado, alejado del real problema. Entre sus amigas que la acompañaron, quisieron que entendiera realmente, que debía sufrir por estar a favor de tal aberración y no estar a favor de ellas y sus ideales.
Sus gritos no llamaron la atención de nadie, solo al pastor de su comunidad, que sorprendido divisaba la situación que se estaba cometiendo. Cuatro mujeres golpeando a otra, en un rincón alejado. Él observaba fijamente la situación, desesperado sin saber qué hacer, pero sí qué mirar.
-Estamos reunidos por esta terrible situación que está ocurriendo en nuestro amado país. Estamos reunidos para alzar nuestra voz, para alzar la voz de los verdaderos seguidores de Dios. Estamos aquí para luchar contra los bárbaros que quieren aceptar la muerte, que quieren impugnar la verdad. Estamos aquí para luchar, luchar por el nacionalismo perdido de esta generación. Este país no se arrodillará frente a nadie. Nosotros, ni la verdad.
Luego de estas palabras todos los hombres y las mujeres salieron tal jauría de perros, con sus carteles «Viva la Vida» «No al aborto, no a la muerte» «No es tu cuerpo, es tu hijo», algunos tenían el nombre de sus pastores y de sus iglesias, como si fueran su preciado Dios. La movilización celeste fue grande y llamó la atención de muchos.
Se entendía facilmente que el lugar donde se hallaban era un espacio público ya que podía encontrarse cualquier tipo de personas. Siempre cerca había un conjunto de personas que se paraba a ver que es lo que estaba pasando, charlaba, discutía, y criticaba. Eran personas intermedias, no estaban ni a favor ni en contra, decían que las mujeres tenían derecho y el niño también, el típico voto en blanco.
El conjunto de personas que marchaba más adelante, los que más gritaban, los que más carteles tenían, eran a los que la chica con un pañuelo diferente debía temer. Una de las mujeres más participativa y más conocida de la Iglesia Santa Cecilia, divisó el color de la tela que estaba atado a su mochila y con un grito llamó a varias de su compañeras de iglesia.
-¡Ahí viene una asesina!
-Asquerosa abortera
-Es una mamarracho, desubicada.
-¿A que no te le animas, Mariana?
-¿A que no?
-A que sí.
No solo Mariana, si no todas las mujeres de la iglesia, eran violentas. En la forma de hablarse, en la de tratarse entre ellas y los demás, pero nunca había llegado al punto de la violencia física.
En un abrir y cerrar de ojos Mariana estaba junto a la chica, jóven de veinte años alrededor, y comenzó agredirla primero verbalmente. Le gritaba cosas como «Asesina» «Mata niños» «Feminista asquerosa». La jóven trataba de calmarla temerosamente.
-Vos estás en una marcha en contra de mis derechos y de mis ideales, no entiendo porqué vos te enojas. Y de igual manera, no tenés porqué venir a agredirme. Te pido que vuelvas a dónde estabas y no me agredas más, ni a ninguna chica, si es que algo de educación te queda.
Ese discurso no calmó para nada a Mariana, mas bien la enfureció todavía más. Y la arrastró de los pelos hacia un lugar alejado, alejado del real problema. Entre sus amigas que la acompañaron, quisieron que entendiera realmente, que debía sufrir por estar a favor de tal aberración y no estar a favor de ellas y sus ideales.
Sus gritos no llamaron la atención de nadie, solo al pastor de su comunidad, que sorprendido divisaba la situación que se estaba cometiendo. Cuatro mujeres golpeando a otra, en un rincón alejado. Él observaba fijamente la situación, desesperado sin saber qué hacer, pero sí qué mirar.
Muy atractiva la idea con la que deciden resolver la consigna; sin embargo se desluce con un tono que se esfuerza por explicar y no por narrar; un final que debilita la potencia de lo que está sucediendo, ya que el rol del pastor "desesperado sin saber qué hacer, pero sí qué mirar" está desaprovechado. Además, hay bastantes errores de expresión.
ResponderEliminarNOTA: 8-